Esta historia trata de la confianza y de un acercamiento lento, cauteloso;
cuenta sobre la vulnerabilidad y la evitación,
sobre la felicidad encerrada bajo llaves
y unos frágiles trocitos de alegría, dispersos en cada día.

Domestícame

«Por favor… domestícame» — dijo el Zorro. «Domesticar significa crear vínculos:
si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro».

«Para eso debes tener mucha paciencia. Te sentarás al principio un poco lejos de mí y  no me dirás nada.
El lenguaje es fuente de malos entendidos.
Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca…»

Antoine de Saint-Exupéry, «El Principito»

Cuando recién nos conocimos y empezamos a conversar, como un eco prolongado sonaron dentro de mí las palabras de Marina Tsvetayeva:

Él es delicado como la primera finura de las ramas primaverales.

Leo parecía frágil en su profundidad, como si una parte de su ser percibiera cualquier toque como una herida.

Domestícame
Domestícame

Lo observada como observan a los animales salvajes, acerándome lento y paulatinamente, alargándole la mano con trocitos de cariño seguro para no espantarlo.

Domestícame

Con cada movimiento imprudente se escapaba como si fuera el viento, escabulléndose entre los dedos,

Domestícame

se desvanecía como el humo de una intimidad nunca alcanzada, dejando en su lugar un vacío sonoro.

Domestícame
Domestícame
Domestícame
Domestícame


Se abría para unos momentos, dejándose ver entre las nubes de su vulnerabilidad en un estrecho rayo de reconocimiento, e iluminaba un pedacito de lo escondido para envolverse en seguida en su telaraña sombría.

Domestícame
Domestícame
Domestícame
Domestícame
Domestícame
Domestícame

Leo

Domestícame
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