Es un proyecto de despedida, un adiós a la ciudad de la que estuve enamorada, y lo curioso es que
entonces proyectaba en los lugares reales lo que sentía por algunas personas sin anteverme a manifestárselo directamente.

Me preguntaba por qué a veces parecía más fácil expresar ternura sensual, admiración y respeto a los lugares que te gustan y no a las personas que te atraen.

Una de las paredes coloradas de Buenos Aires con mosaico parcialmente caído -como la sociedad local de muchas capas, su diversidad y variedad.

Tango como baile,
tango como música,
tango como el símbolo de pasión e intimidad.
Tango -la esencia de Buenos Aires.

En las ferias se encuentra todo tipo de arte: herraje artístico, figuritas de madera e incluso cuadros hechos con tizas en el asfalto.

Al principio nos coqueteábamos mucho, la ciudad y yo:

ella (¿o él?)  fingía ronronear, se arqueaba bajo las manos, ofreciéndome la espalda de sus calles, mientras, como un salvaje, se afilaba las garras. Peligrosa, poco dominada, la ciudad se alejaba y a mí, me daba curiosidad y miedo un acercamiento tan aventurado.
Igual que en tango, andábamos alrededor de un eje invisible de nuestras vidas, abriéndonos de a poco: yo lloraba y bailaba en sus plazas, él (o ella) me hacía preguntas, juntas tomábamos mate, hasta que un día empezó a compartir su historia, su historia personal de derrotas y victorias que, como cicatrices en los brazos, había penetrado profundamente en las paredes coloridas de la ciudad.


Una de las típicas calles de Buenos Aires, en la que el color amarillo, como hiedra amarilla, enredándose  con las sombras frágiles, trepó por la pared.

El otoño hace más evidente el abandono en los barrios pobres de la ciudad, las hojas caídas y el revoque caído como notas de devastación crujen bajo los pies.
Me hechiza la triste belleza de esta decadencia.

Esta historia ha coloreado las calles con el arcoíris de la lucha, ha manchado sus piedras de sangre y ha brotado en cada día de cada habitante de Buenos Aires.

Rojo, el color de la sangre derramada durante la dictadura militar. Naranja-mente arden las banderas de los trabajadores. Con el amarillo calientan las letras BA -el símbolo de la capital brilla como el sol. Con los pañuelos verdes hemos luchado por el derecho al aborto legal. El cielo azul encima de Argentina y en su escudo. Morado, el más importante, el tributo a todas las mujeres, el movimiento Ni una menos.

La historia sangrienta de América Latina se desploma de las paredes de la ciudad, dejando que broten desde abajo nuevas ideas, leyes y sentidos. Allí, donde favorecían a los machos, ahora está legalizado el derecho al matrimonio igualitario entre las personas de cualquier género. La inclusividad se apoya gramáticamente incluso en los círculos académicos, y los patios de juegos se alegran con todos los colores del arcoíris.

En Buenos Aires el revoque viejo se avecinda con el arte que hace mucho abandonó los museos y salió a las calles, se convirtió en una casa, un tejado, una puerta.

Y mientras tanto, la ciudad y yo seguimos bailando, buscando lo maravilloso la una en la otra, recordándonos en cada esquina, que adelante hay muchas luchas, victorias, logros, que nuestro futuro está en nuestras manos, que tenemos que levantarnos juntas e ir adelante, bailando.