Una hora imposible
Una hora imposible
Una hora imposible

Del «Libro que nunca jamás existió:
ceniza de páginas ígneas»

No ha pasado nunca.
No hay mundo en el que haya ocurrido, en el que se hayan encontrado.

Pero si las cuerdas plateadas del arpa hubieran tocado otra melodía, si los granos de arena invisible se hubieran detenido un momento, quizás (y solo quizás) las agujas del reloj de oro habrían empezado un recorrido más.

 --Una hora de tu tiempo. Solo una hora, antes de desvanecer.

Y en el mundo que nunca jamás existió hubo una hora extra, inesperada, imposible, y una conversación de acercamiento, silencios incómodos y pasos interrumpidos por las risas cálidas, como la tarde de marzo que les inundaba los pulmones; y hubo un atardecer naranja que lloraba lágrimas moradas, y un puente encima de la eternidad de los rieles con dos figuras atrapadas en su quietud.

 --Bésame.

El mundo se detuvo, mientras las agujas forjadas con el oro del sol se acercaban al final de su recorrido.

 --Bésame, como si estuvieras enamorado, como si te pareciera hermosa, como si llevaras semanas imaginando el sabor de mis labios. Bésame, como si aquí y ahora fuera el momento preciso, el instante perfecto: el viento templado abrazándonos las piernas, el aroma embriagador de la primavera y «pétalos de flores en la piel». Bésame, como si te gustara en serio, como si quisieras beberme, perderte en mi mirada y grabar esos segundos en lo más profundo de tu memoria. Bésame con fuego, con una lentitud insoportable, con un cariño tan oprimente que destroza el corazón, hasta que arda, hasta que sea brasas, hasta que me derrita… bésame, aunque fuera una sola vez, pero que sea de verdad, que simplemente sea…

Alejémonos de ellos, arriba, más y más alto, con cada aletada. Dejemos a estas dos figuras envueltas en palabras, confusión y oscuridad ahí, abajo, en un puente fino que a penas llega a conectar las páginas arrancadas del libro color ceniza, aquella hora de la noche de miércoles o jueves que nunca, en ninguno de los mundos, pudiera aparecer.

Del «Libro que nunca jamás existió. Las historias que no fueron contadas»